En la orilla de la playa,
desnudos sus pies morenos,
cantando por soleares
va cogiendo caracolas,
su larga melena al viento.
Casi en el delta del río,
los carromatos pintados,
con cortinas, y en los hierros,
cuelgan cacharros de cobre
que suenan como cencerros.
Han montado los gitanos
su ambulante campamento,
y en el centro una candela
de grandes y secos leños.
Ya se oye la zumaya
que la llama desde lejos,
va volando sigilosa,
con dulce y tierno lamento.
En el aire suspendido,
un rasgueo de guitarras
tan antiguas como el tiempo.
Bailando está la gitana;
va tocando un gran pandero
que gime y que se estremece
llorando con bronco acento.
Y relinchan los caballos,
andan, trabados y sueltos,
paciendo junto a los carros
de los varales enhiestos.
Esperándola, un muchacho
con largo pelo muy negro,
que doblando está las palmas,
soñando con darle un beso.
De fina y juncal cintura
y piel como terciopelo,
con los ojos enigmáticos
donde se refleja el fuego.
Pastora… ¡corre chiquilla!
no demores que, en el cielo,
ya salen la verde luna,
las estrellas y luceros.
Enrique Maestre
Publicado en el nº 5
de la "Colección Variaciones"
24 de Junio de 2005
domingo, 21 de octubre de 2007
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