Un manto negro apolillado
se extiende a mis alturas,
me muestra con migajas
la luz del otro lado,
malditos agujeros me vigilan,
disfrutan la certeza de mis penas.
Pero me alzo,
deshielo el arco eterno de mi espalda,
y rasgo su silencio con mi llanto.
Qué triste,
qué triste se hizo el día,
los celestes, los blancos, los azules
dormitan entre el negro y la agonía.
Ilusa una pareja se prometen
minúsculas miradas de una estrella,
felices en la cueva de platón,
muriendo, van viviendo en ella.
Mauricio Matus
Publicado en el nº 9
de la colección "Variaciones"
26 de Septiembre 2006
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