Crujían a mi paso como hojas caídas del otoño
más verdadero.
Y rechinaban los dientes de mandíbulas aplastadas
por mi pies descalzos.
Esas, en sombra, emanaban un hálito a podredumbre.
Y allí, en mi única soledad humana
ante un paisaje de cartel rasgado por el tiempo
sólo la luz que abrigaba todo
lo hacía cambiante.
Y el cric, crac de los huesos
marcaba un pulso solemne.
Ya no quedan bestias deformes.
El ser humano, solo.
Ana García
Poema publicado en el nº 11
de "Noray Variaciones"
Junio de 2007
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